Tengo barba desde los diecisiete años.
Una tarde, mientras bajaba del ferrocarril Roca en la estación de Gerli, un pordiosero me abordó con violencia y me dijo que yo era Sigmund Freud, autor de la psicología. Antes de que pueda reaccionar, el miserable sacó un objeto brillante de entre los harapos e intentó aguijonearme sin fortuna ni decisión.
No dejé de tomar el mismo tren todos los días. Me gusta sentarme en los asientos enfrentados, de manera que el viaje parece discurrir hacia atrás. Cada vez que la máquina se detiene en la estación de Gerli y las compuertas se abren, el perro andrajoso me arrincona con intención de matarme. Nunca obtuvo mayor recompensa que un débil pinchazo.